miércoles, 28 de marzo de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 5

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Castagneto llamó. Al final su apellido era Astegiano. Le expliqué mi hipótesis. Diagnostican que el problema de la heladera es de la plaqueta. Uno no puede decir nada. Le ponen una plaqueta nueva por 1400 pesos. Se llevan la vieja. La arreglan y la venden como nueva. Astegiano dice que de ninguna manera, que eso lo hará la gente poco honesta. “No te voy a decir que eso que vos decís no pasa”, reconoce. Me da una dirección en Parque Patricios donde ir a recuperar mi plaqueta rota. Ya es marzo. Todo empezó otra vez. Nunca la voy a buscar.

Tres semanas después.

-         ¿Escuchás? – dice Valeria, parada frente a la heladera.
-         Es normal, amor. Todas hacen ese ruido.
-         A mí me parece un poco más fuerte.
-         Es normal. Aparte enfría bárbaro. No te olvides que cambiamos la plaqueta.

Ocho horas después. Cuatro de la mañana.

El ruido atraviesa el pasillo, cruza la puerta cerrada, traspasa las frazadas del primer otoño, entra por mis oídos, baja por la tráquea, se anuda en forma de angustia en el estómago, vuelve a subir, vibra en el pecho, sigue camino por el cuello, el interior de la cabeza, se aloja a la altura del entrecejo, cuatro centímetros hacia adentro. La puta madre que lo re mil parió. Me levanto. Estoy en calzones y remera. Calzo las pantuflas y con ese atuendo de superhéroe retirado, voy a enfrentar a la Bosch Frost Free. Es como si Megadeth estuviese tocando en el freezer. Abro la puerta y en vez da Dave Mustaine, hay una milanesa de soja. El ruido para cuando abro, tanto el congelador como la heladera. Apenas cierro, comienza a vibrar y en cuestión de segundos adquiere un volumen insoportable. Enfriar, enfría. Por ahora. Castegianeto y la puta que te parió. ¿Tendrá que ver con la plaqueta nueva? Tengo garantía. ¿Y si es un problema mecánico independiente de la plaqueta? Ahí podría llamar a José, el técnico romántico que construye sus propios aparatos, pero me va a cobrar. Y si es la plaqueta me va a decir otra vez que no puede hacer nada, pero tendría que pagar la visita. Pienso. Pienso mientras como una feta de queso de máquina. Pienso mientras calculo que en tres horas va a sonar el despertador. Pienso, mientras el ruido me duele más allá del cuerpo, metafísicamente. 

Continuará



lunes, 26 de marzo de 2012

BASURA


Cuando me mudé a esta cuadra la cosa ya funcionaba así: las bolsas de basura se tiran en el medio de la calle. Ni en la vereda, ni en los canastos, ni al pie de los árboles. Y que los pocos autos que pasan esquiven las bolsas como puedan. No es cosa nuestra. Acá no hacemos asambleas ni nos dejamos cartelitos. Telepatía pura. Un acto de protesta colectivo que nunca necesitó de una reunión. Si no nos ponen los tachos grandes, nosotros tiramos todo en el medio del asfalto. En las paredes del puente, algún vecino se descargó con un grafiti contra la empresa que alguna vez ganó la concesión: “Integra: queremos tachotes como en todos los barrios”. Como no se hacen cargo, tomá. Para que la veas. Al medio de la lleca. ¿Si separamos cartón y papel del resto? ¡Qué se yo! Hacemos lo que podemos. Andá a decirle a Rulo, el del taller de electricidad para autos, que tiene un perro de mierda que le ladra en la oreja todo el día, que se acuerde de separar la basura. O decile mejor a las 300 familias de todas las etnias que salen del pasillo de enfrente, que más que un PH parece la torre de Babel volcada. Preguntale a la vieja enana que vive en Argentina hace 50 años y todavía no habla castellano si ella separa la basura. Acá no se trata de ecología, de organización social ni de una mierda. Llegás a la cuadra, ves que todos tiran las bolsas en cualquier parte y vos hacés lo mismo. Y si no te gusta, mudate a la cuadra siguiente, que dicen que son de Santa Rita para hacerse los Villa del Parque, cuando son re Paternal.