lunes, 31 de diciembre de 2012

MUERTE A LA JUVENTUD (*)



La juventud no existe.

Y si existe, hay que abolirla.

Una vida sin agujas
aniquila todo rasgo etario.

Una vida sin lucro
no tiene targets.      

Todo mercado
Es un nicho de.

Dicen: la juventud desafía a lo establecido.
Dicen: divino tesoro.
Dicen: espíritu rebelde.

Jaulas.
Jaulas del lenguaje.
Trampas cinco estrellas.
Mimos para pagar al contado una remerita re loca.

Poesía joven para decir coca light
ringtón
semen
Constitución
celular
Actrón
Y ni siquiera cobrar por eso.

¿Poesía joven?
¿De cuánto a cuánto?
¿De 20 a 36?     
¿Escrita después de salir del call?
¿No sería groso que nos haga la tapa Liniers?

Matemos de una vez a los jóvenes
Antes de escribir el primer verso.

(*) Escrito especialmente y leído en el ciclo "La Juntada", organizado por la Asociación de Poetas Argentinos, el 2 de octubre en la Casa de la Provincia de Tucumán. 


CARTA DE RESPUESTA A UN AVIADOR (*)


Usted me dice “volar” y mi cuerpo mitad carne mitad bytes activa su lista de reproducción inconsciente: “Quisiera tener alas para volar / cruzar el espacio en libertad / como los pajarillos en libertad / que nadie me pregunte a dónde vas”. Esa canción de Inti-Illimani sonaba constantemente en mi casa de la infancia, mientras yo descubría que apenas podía levantarme del piso, que más que alas para volar tenía rodillas para reptar. 28 años después la cosa no cambió demasiado: el azote en la nuca que dan las desilusiones, los trabajos sedentarios que llevan el mentón al pecho y contraen nuestro corazón al punto de tocar casi hombro con hombro, la búsqueda en el suelo de la moneda que falta para emprender el viaje.
  Como copiloto déjeme decirle que no tenemos atributos para lo que usted quiere hacer. Tenemos un cuerpo que, si bien nunca sabemos lo que puede, por ahora ha demostrado tener una creatividad capaz de hacer aeroplanos y producir vuelo en otros objetos, pero no a sí mismo. No me venga con saltar alto. Eso es otra cosa. Apenas alcanza para arrancar un limón a la vecina del otro lado de la medianera.
  Si lo acompaño es por otro motivo. Me calzo la mochila y los guantes porque creo que tenemos mucho por descubrir en nuestros atributos finitos. Si nuestro cuerpo, que es un conjunto de relaciones, entra en contacto con otro cuerpo, que es otro conjunto de relaciones, podemos generar formas que tal vez se expandan al infinito. Es decir: si se vuela, será en grupo. Pregúntele a la piedra de la orilla si hubiese conocido el fondo de un lago sin la ayuda de una mano que la arroja, un viento que la mueve lentamente o una ola que la arrastra.
  Esto que le digo es porque supongo que su invitación no es una simple metáfora a planear imaginación mediante. Ese universo ya lo exploramos y nos dimos cuenta en el camino que teníamos los sueños contaminados de venenos enemigos.
  Una pregunta final, en caso que la cosa funcione: ¿Queremos volar para huir a algún lado? ¿Sabe usted a dónde queremos llegar?  De ser así, le pido que me informe, ya que hace un tiempo me operé de las expectativas y opté por quitármelas.


Gran abrazo,

Diego Skliar 

(*) Mail "responder al remitente" dirigido a Tomás Di Tomaso, quien me invitó a ser copiloto de una revista titulada "Hay que Volar", que en casi un año sacó un solo número de la cantidad de ejemplares que un amigo suyo pudo hacer en la fotocopiadora de un canal deportivo de cable, cuando nadie lo veía.

lunes, 2 de julio de 2012

PERMISO PARA OLVIDAR

Buenos días:
Vengo a proponer que se nos permita olvidar.

Ya sabemos que un átomo de ausencia pesa más que un pelotón de soldados.
Nuestros hombros lo saben.

La carga de las estatuas compromete nuestros músculos.
Impide la fiesta que se desata cuando se piensa algo nuevo.

Buenos días:
Vengo a proponer que nos permitan digerir a los desaparecidos.
Asimilarlos en nuestro cuerpo,
Dejar de sentir su sabor atorado en la tráquea.

Si quiero ser joven, tengo que tomar distancia de esas canciones,
De esas boinas, de esas frases, de esas barbas, de esas armas, del recuerdo.

Buen día:
Vengo a olvidar como ellos olvidaron.
¿O acaso no hay que olvidar la física, la química, las mitocondrias, el derecho, el dolor, la historia y hasta tu propio nombre
Para ir con toda tu carne contra los tanques?  

Vengo a olvidar como ellos olvidaron.

Necesito soltar el mástil, la foto y el pañuelo.
Presiento que necesitaré de toda mi fuerza
Para aprender de nuevo a respirar.

(Texto escrito especialmente para el evento "Libro Vivo", en el marco de la muestra "Espejos", expuesta en el Centro Cultural Haroldo Conti - ex ESMA). 

domingo, 17 de junio de 2012

LA FIESTA DE LOS MÚSCULOS

Pobre del titiritero que creyó que a través de su pensamiento daba vida al cuerpo del muñeco. Pobre del espectador que se detiene en la manos humanas como queriendo develar un truco. Como si los movimientos no tuviesen resonancias y vibraciones que repercuten en uno y otro al punto de preguntarse quién maneja a quién o, más aún, si se puede distinguir pensamiento de cuerpo. Así lo entendió el escritor Heinrich Von Kleist en su ensayo “Sobre el teatro de marionetas”: el muñeco no es sustituto ni representación del hombre. No se trata de que el titiritero accione los hilos para producir un movimiento. Son encuentros de cuerpos desde sus centros de gravedad, donde la relación dominante – dominado se invierte en forma permanente.    
  La bella hipótesis de Von Kleist no impidió que, a los 34 años, planificara meticulosamente cómo desorganizarse. Disparó contra su novia, enferma de cáncer en etapa avanzada, y luego se suicidó. Para ellos, el romanticismo no era un ideal, sino, como todo pensamiento, una fiesta de los músculos. 

lunes, 2 de abril de 2012

SÚPER SAPUCAI


A la una de la mañana, espera el tren Mitre en la estación San Isidro, rumbo a Retiro. Tiene la edad indefinida de esos últimos eslabones de la clase obrera. Las manos pequeñas y anchas, la camisa adentro del pantalón, un bolso de cuero negro apretado entre las piernas, una lastimadura con sangre seca en la nariz. Pero al hombre lo distingue otra cosa: una bandera argentina atada al cuello, que le cuelga por la espalda a modo de capa. Del celular que guarda en el bolsillo de la camisa sale un chamamé al palo que copa la estación. El superhéroe precario no tiene más poderes especiales que el de la supervivencia. A puro sapucai va combatiendo al reggaetón y toda esa clase de ruidos que buscan perforar el sonido de su identidad.   

miércoles, 28 de marzo de 2012

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA - PARTE 5

Parte 1  Parte 2  Parte 3   Parte 4


Castagneto llamó. Al final su apellido era Astegiano. Le expliqué mi hipótesis. Diagnostican que el problema de la heladera es de la plaqueta. Uno no puede decir nada. Le ponen una plaqueta nueva por 1400 pesos. Se llevan la vieja. La arreglan y la venden como nueva. Astegiano dice que de ninguna manera, que eso lo hará la gente poco honesta. “No te voy a decir que eso que vos decís no pasa”, reconoce. Me da una dirección en Parque Patricios donde ir a recuperar mi plaqueta rota. Ya es marzo. Todo empezó otra vez. Nunca la voy a buscar.

Tres semanas después.

-         ¿Escuchás? – dice Valeria, parada frente a la heladera.
-         Es normal, amor. Todas hacen ese ruido.
-         A mí me parece un poco más fuerte.
-         Es normal. Aparte enfría bárbaro. No te olvides que cambiamos la plaqueta.

Ocho horas después. Cuatro de la mañana.

El ruido atraviesa el pasillo, cruza la puerta cerrada, traspasa las frazadas del primer otoño, entra por mis oídos, baja por la tráquea, se anuda en forma de angustia en el estómago, vuelve a subir, vibra en el pecho, sigue camino por el cuello, el interior de la cabeza, se aloja a la altura del entrecejo, cuatro centímetros hacia adentro. La puta madre que lo re mil parió. Me levanto. Estoy en calzones y remera. Calzo las pantuflas y con ese atuendo de superhéroe retirado, voy a enfrentar a la Bosch Frost Free. Es como si Megadeth estuviese tocando en el freezer. Abro la puerta y en vez da Dave Mustaine, hay una milanesa de soja. El ruido para cuando abro, tanto el congelador como la heladera. Apenas cierro, comienza a vibrar y en cuestión de segundos adquiere un volumen insoportable. Enfriar, enfría. Por ahora. Castegianeto y la puta que te parió. ¿Tendrá que ver con la plaqueta nueva? Tengo garantía. ¿Y si es un problema mecánico independiente de la plaqueta? Ahí podría llamar a José, el técnico romántico que construye sus propios aparatos, pero me va a cobrar. Y si es la plaqueta me va a decir otra vez que no puede hacer nada, pero tendría que pagar la visita. Pienso. Pienso mientras como una feta de queso de máquina. Pienso mientras calculo que en tres horas va a sonar el despertador. Pienso, mientras el ruido me duele más allá del cuerpo, metafísicamente. 

Continuará



lunes, 26 de marzo de 2012

BASURA


Cuando me mudé a esta cuadra la cosa ya funcionaba así: las bolsas de basura se tiran en el medio de la calle. Ni en la vereda, ni en los canastos, ni al pie de los árboles. Y que los pocos autos que pasan esquiven las bolsas como puedan. No es cosa nuestra. Acá no hacemos asambleas ni nos dejamos cartelitos. Telepatía pura. Un acto de protesta colectivo que nunca necesitó de una reunión. Si no nos ponen los tachos grandes, nosotros tiramos todo en el medio del asfalto. En las paredes del puente, algún vecino se descargó con un grafiti contra la empresa que alguna vez ganó la concesión: “Integra: queremos tachotes como en todos los barrios”. Como no se hacen cargo, tomá. Para que la veas. Al medio de la lleca. ¿Si separamos cartón y papel del resto? ¡Qué se yo! Hacemos lo que podemos. Andá a decirle a Rulo, el del taller de electricidad para autos, que tiene un perro de mierda que le ladra en la oreja todo el día, que se acuerde de separar la basura. O decile mejor a las 300 familias de todas las etnias que salen del pasillo de enfrente, que más que un PH parece la torre de Babel volcada. Preguntale a la vieja enana que vive en Argentina hace 50 años y todavía no habla castellano si ella separa la basura. Acá no se trata de ecología, de organización social ni de una mierda. Llegás a la cuadra, ves que todos tiran las bolsas en cualquier parte y vos hacés lo mismo. Y si no te gusta, mudate a la cuadra siguiente, que dicen que son de Santa Rita para hacerse los Villa del Parque, cuando son re Paternal. 

martes, 28 de febrero de 2012

ACÁ QUEDÓ SU SANGRE


Un vaso de yogur con agua que sirve de maceta para una planta que tiene hojas con forma de moneda. Está apoyado sobre un volante con las diversas clases de artes marciales donde resalté los horarios de tai chi. Al lado, un cenicero con tres colillas. Una birome negra sin tapa que no hace falta probar para saber que no funciona. Los tornillos de algo que desarmé. La fuente quemada de una computadora que guardé pensando que podía tener un sentido artístico. Un banquito de plástico con una pata rota después de la caída de mi amigo Pablo. Fue gracioso. El mismo día volcó Ananá Fizz en la terraza y cuando quiso baldear se mojó las zapatillas. La pared a medio pintar. Una mosquita que salta por el monitor y ahora está

Acá

                                   Acá.
                                                           No, acá.

                        Acá quedó su sangre.    

domingo, 26 de febrero de 2012

EL MÉTODO DE EVALUACIÓN


Tenía que beber todo de un trago para recibir el diploma. La profesora me observaba por encima de los anteojos. No había nadie más en el aula. Metí las manos en los bolsillos del pantalón, me dejé caer en el asiento, apoyé la nuca en el respaldo y extendí las piernas, montando la izquierda sobre la derecha. Deshice la postura cuando empezó a picarme la barba y después de rascarme volví a la posición anterior. Es el último paso, remarcó la profesora en un tono meramente informativo. La escuché sin verla. Era más interesante pensar en los motivos que desgastan los bordes de los escritorios. Pregunté si ya todos lo habían hecho, mientras quitaba la mano izquierda del bolsillo y la llevaba a mi estómago. No importaba qué habían hecho y dejado de hacer mis pares. Yo debía rendir de todos modos. Sin cambiar de posición, observé el vaso y su contenido: un brebaje espeso como leche hervida, pero de un color parecido al celeste. La consistencia me recordó a los remedios de la infancia que diagnosticaban los médicos ante la imposibilidad de quedarme quieto. Creo que surtieron efecto. Ya casi no corro ni deseo levantar faldas contra la voluntad de las chicas. Parece que ahora usan pastillas. Nada líquido. Nada celeste. Salvo el examen final. La profesora, de pie, apoyó sus brazos estirados sobre el escritorio y dejó caer su peso levemente hacia mi lado. Me miró a los ojos, interpelándome. Yo observé la distancia entre sus pechos. Las uñas largas y pintadas de rojo de la profesora marcaron un compás impaciente sobre la tabla. Supuse que tenía que beber o retirarme. Sin aviso ni posición intermedia, en un solo movimiento, me repuse, tomé el vaso y tragué su contenido enérgicamente, sin pausas. Miré a la profesora, pero a mi alrededor flotaban millones de partículas plateadas, como si hubiese recibido un golpe. Me zumbaban los oídos. Sentía como si mi cuerpo terminara en la cintura y las piernas fuesen apenas un pantalón sin contenido. No percibí el momento en el cuál la profesora caminó hasta quedar detrás de mí. Tampoco pude ver de dónde sacó la toalla que colocó en mis hombros. Acercó su boca a mi oído para informar que había aprobado. Creo que sonreí con los ojos cerrados antes de vomitar. Luego pregunté si tendría que rendir nuevamente el examen o alcanzaba con dejar limpio el establecimiento.