martes, 24 de diciembre de 2013

POOL



El hombre limpia una mesa de pool por adentro. Está indignado porque la gente tira basura en las buchacas. Su hija guarda en un tupper los tacos de tiza recuperados del interior de la mesa. “Encontramos ocho”, dice, imitando el gesto de afectación de su padre, como si se tratara de rescatar pingüinos en extinción. Es triste ver una mesa de pool por dentro. Se muere la magia del recorrido invisible. Solo hay canaletas en un plano inclinado que conducen a todas las bolas al mismo sector. Prefería no saberlo. El hombre sigue bufando, mientras saca envoltorios de caramelos y colillas. Creo que espera que yo diga “qué barbaridad” o algo así. Entonces comenzaríamos una conversación que rápidamente llegaría al momento en el que el hombre expone sobre lo mal que estamos como sociedad y después comentaría algo que vio en el noticiero de anoche. No digo “qué barbaridad”. Tengo ganas de preguntarle si limpiar mesas de pool es un oficio o si él es de esos tipos que se da maña con todo lo que es artefactos y además tiene una gran caja de herramientas, pero que en realidad trabaja de otra cosa y esto lo hace “para ganar unos mangos más”. Tener una buena caja de herramientas es importante. Muchas veces el humano se frustra por no poder completar una tarea. Se siente inútil y torpe, pero el verdadero problema es que no tenía la herramienta adecuada. Este tipo se ve que no es un improvisado. Supo equiparse y entiende cómo están hechas las cosas. Personas como él saben un poco más del mundo. Hombres que se llaman Jorge, Ricardo, Mario o Raúl. Ellos saben cómo se hace el techo de un hospital, por qué el auto funciona y qué le pasa a un reloj que atrasa. En cambio, los que nos llamamos Diego, Matías o Pablo, observamos la montura que lleva el planeta y no lo podemos creer. ¿Cómo se empieza un edificio de la nada? ¿Por qué el avión vuela? ¿Por dónde se abre el control remoto? ¿Cómo sabe la bocha de pool para dónde ir? Quiero proponerle a este tipo que sea candidato a algo. Necesitamos gente con una gran caja de herramientas y que no le tiemble el pulso ante una mesa de pool trabada. Jorge Presidente. La niña me muestra los restos de una bombita de agua que nuestro presidente acaba de sacar. Imagino un partido de pool con bombitas de agua rodando fofas, dificultosas. Imposible: la blanca reventaría al primer impacto del palo y nunca llegaría a rodar. Jorge toma una bola y la tira por una buchaca. Funciona. Repite la acción en las otras cinco. Funciona. Su hija dice “¡sí, papi, la arreglaste!”. Jorge pasa su mano grande por la cabeza de la hija, pero no celebra. Sabe que esta mesa es solo la punta del iceberg de un problema mayor. Presenta la tabla con el paño y atornilla con la herramienta adecuada. La mesa vuelve a ser una pieza única, mágica, de recorridos invisibles en su interior. Jorge y su hija se van. A los pocos minutos entran dos pibes con la música del celular en altavoz. Esa canción brasilera. Los pibes juegan a tirarse piñas. Piden una cerveza y una ficha de pool. Uno de ellos, el de pelo mojado y camisa abierta, se saca el chicle de la boca y de un tincazo lo lanza dentro de un hoyo. Un cuchillo de cocina clavado en los riñones es una herramienta adecuada para que un humano se desangre veloz.

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