El hombre limpia una mesa de pool por adentro. Está
indignado porque la gente tira basura en las buchacas. Su hija guarda en un tupper
los tacos de tiza recuperados del interior de la mesa. “Encontramos ocho”,
dice, imitando el gesto de afectación de su padre, como si se tratara de
rescatar pingüinos en extinción. Es triste ver una mesa de pool por dentro. Se
muere la magia del recorrido invisible. Solo hay canaletas en un plano
inclinado que conducen a todas las bolas al mismo sector. Prefería no saberlo.
El hombre sigue bufando, mientras saca envoltorios de caramelos y colillas.
Creo que espera que yo diga “qué barbaridad” o algo así. Entonces comenzaríamos
una conversación que rápidamente llegaría al momento en el que el hombre expone
sobre lo mal que estamos como sociedad y después comentaría algo que vio en el
noticiero de anoche. No digo “qué barbaridad”. Tengo ganas de preguntarle si
limpiar mesas de pool es un oficio o si él es de esos tipos que se da maña con
todo lo que es artefactos y además tiene una gran caja de herramientas, pero
que en realidad trabaja de otra cosa y esto lo hace “para ganar unos mangos
más”. Tener una buena caja de herramientas es importante. Muchas veces el
humano se frustra por no poder completar una tarea. Se siente inútil y torpe,
pero el verdadero problema es que no tenía la herramienta adecuada. Este tipo
se ve que no es un improvisado. Supo equiparse y entiende cómo están hechas las
cosas. Personas como él saben un poco más del mundo. Hombres que se llaman
Jorge, Ricardo, Mario o Raúl. Ellos saben cómo se hace el techo de un hospital,
por qué el auto funciona y qué le pasa a un reloj que atrasa. En cambio, los
que nos llamamos Diego, Matías o Pablo, observamos la montura que lleva el
planeta y no lo podemos creer. ¿Cómo se empieza un edificio de la nada? ¿Por
qué el avión vuela? ¿Por dónde se abre el control remoto? ¿Cómo sabe la bocha
de pool para dónde ir? Quiero proponerle a este tipo que sea candidato a algo.
Necesitamos gente con una gran caja de herramientas y que no le tiemble el
pulso ante una mesa de pool trabada. Jorge Presidente. La niña me muestra los
restos de una bombita de agua que nuestro presidente acaba de sacar. Imagino un
partido de pool con bombitas de agua rodando fofas, dificultosas. Imposible: la
blanca reventaría al primer impacto del palo y nunca llegaría a rodar. Jorge
toma una bola y la tira por una buchaca. Funciona. Repite la acción en las otras
cinco. Funciona. Su hija dice “¡sí, papi, la arreglaste!”. Jorge pasa su mano
grande por la cabeza de la hija, pero no celebra. Sabe que esta mesa es solo la
punta del iceberg de un problema mayor. Presenta la tabla con el paño y
atornilla con la herramienta adecuada. La mesa vuelve a ser una pieza única,
mágica, de recorridos invisibles en su interior. Jorge y su hija se van. A los
pocos minutos entran dos pibes con la música del celular en altavoz. Esa
canción brasilera. Los pibes juegan a tirarse piñas. Piden una cerveza y una
ficha de pool. Uno de ellos, el de pelo mojado y camisa abierta, se saca el
chicle de la boca y de un tincazo lo lanza dentro de un hoyo. Un cuchillo de
cocina clavado en los riñones es una herramienta adecuada para que un humano se
desangre veloz.
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