La cantidad de edificios nuevos,
vacíos y sin cartel de venta que se ven en la ciudad y empeoran nuestra calidad
de vida, tal vez deban ser leídos también como inversiones en ladrillos de las
grandes ganancias que deja el monocultivo de soja, que no solo se produce acá
para alimentar chanchos en China y para fabricar biocombustibles de autos
europeos (mientras se limpia la imagen de las petroleras a través de un
discurso ecologista), sino que además elimina la biodiversidad, utiliza
agroquímicos contaminantes que producen enfermedades como el cáncer, sin crear
siquiera puestos de trabajo, lo cuál hace que los pequeños campesinos y las
comunidades indígenas, o bien sean masacradas por sicarios contratados por sojeros
inversores en ladrillos (como hemos visto en noviembre último con el crimen de
Cristian Ferreyra en Santiago del Estero), o bien tengan que emigrar a los
cordones urbanos, ampliando las villas miserias, viéndose en la necesidad de
ocupar tierras para exigir vivienda digna y terminar, ahora sí, asesinados por
un conjunto de fuerzas policiales articuladas, como hemos visto hace poco más
de un año, en el Parque Indoamericano.
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