Me despierto con un mensaje de Alcira: Murió Ricardo Saavedra.
Si alguien dice “qué lo parió” en un PH vacío, ¿se escucha? Ricardo Saavedra
trabajó con nosotros en La Tribu durante 16 años, hasta mediados del año
pasado, cuando a sus 87 le detectaron cáncer. Era el encargado de las tareas de
mantenimiento. Un experto en ahorrar a través del ingenio. Creo que nunca le
interesó la comunicación alternativa y jamás supo qué cuernos era la Escuela de
Frankfurt. ¿Qué pensaba cuando nos escuchaba discutir sobre “el horizonte
político del proyecto”? A veces hacía un mate, lo dejaba en la mesa, decía “jóvenes…”
y daba media vuelta. Compartimos todo sin hablar de nada. Jamás comentó algo
de la programación de la radio ni preguntó si este año venía Manu Chao. Lo que
sé es que hasta el último día que vino se trepó a la escalera amarilla grande
para devolver la luz. Flaco y fuerte, camisa de manga corta clara, siempre
adentro del pantalón abrochado casi a la altura del ombligo. Los lunes, algún
chiste de fútbol a la pasada. Si no se acordaba un nombre, decía “muchacho” o
“señorita”. El día que vino a decirnos que lo operaban y que no sabía si podría
volver a trabajar, sin que le pidamos, hizo un pequeño balance de su gestión:
agradeció que nunca nadie le dio órdenes y dijo que él fue inventando su rol en
función de lo que veía que hacía falta y que a nosotros se nos pasaba. Ricardo
Saavedra. ¿Dónde lo velan, Alcira? Cucha Cucha y Juan B. Justo. Salgo al
mediodía de enero, sudando por Trelles hasta Cucha Cucha, como tantas tardes de
mi infancia, llevando los pútridos guantes para defender el arco de la
categoría 82 del Scholem de Maturín. Llego a la casa de sepelios y digo lo que
se suele decir. Es la primera vez que estoy en un velorio a cajón abierto.
Decido ir a verlo. Es como si fuese un maniquí de Ricardo. Demasiado
maquillaje. No veo esas arrugas de vida plena, las manos fuertes y venosas, la
cara de cóndor sereno. Me presentan a la viuda. Dice Sofía que Ricardo nos
quería mucho, pero que cada vez que volvía de la radio renegaba porque no
cuidábamos bien las plantas y además sacábamos la escoba y no la guardábamos en
su lugar. Le cuento que ahora hay un grupo de jardineras que se encarga del
cuidado del patio. Con respecto a la escoba, todavía es un problema sin solución.
Nos quedamos un rato en silencio, donde se supone que debe ir una moraleja.
Si mi viejo llegó a esa edad y ese estado, en parte habrá sido por La Tribu. Yo pasé por la radio hace años, y siempre me pregunté si habría dejado algo. De tantas charlas, reuniones y plenarios en los que estuve, siempre surgían objetivos a los que apuntar; nadie jamás imaginó que uno de ellos era hacer sentir vivo a un hombre que había quedado fuera de muchas cosas. Ahora sé que él si dejó algo en un puñado de personas. Gracias por querelo, creanme que él se lo merecía.
ResponderEliminarDiego, hermoso comentario. Todos los que pasamos por la radio recordamos esa gentileza, esa charla amable, el saludo atento. No importa si quiera, como bien decís, que supiera el nombre de cada uno de nosotros.
ResponderEliminarDaniel, vaya mi saludo personal y de mi compañero Carlos, que siempre charlaba mucho con tu viejo cada miércoles, durante muchos años.
Daniel Cholakian
Hola Diego, muy buen texto, para recordar a Saavedrita, como le decía otro entrañable tipo, Eliseo Solino, a mi se me cruzaba los miércoles en la radio y era un gusto dialogar aunque sea brevemente, a pesar de que él era de boca y yo de river, lo voy a recordar con afecto, abrazo y un cariño para Daniel.
ResponderEliminarCarlos Prado, Bajo el volcán.
Hermoso, Diego.
ResponderEliminarSaludos.
Goyo