jueves, 9 de febrero de 2012

LO QUE ESTÁ Y NO SE USA NOS FULMINARÁ


Me tomé el 113 a Barrancas de Belgrano. Me subí al tren que va a Tigre. Se rompió en San Isidro. Me tomé el que venía atrás. Se rompió en San Fernando. Caminé seis cuadras y me tomé el 60 hasta llegar al destino elegido. Cruzando el puente, me encontré cien pesos. Pagué un boleto de barco por el Delta hasta un lugar que se llama Galeón de Oro. Conocí a una pareja de españoles: Domingo y Verónica. Ella contó cómo lloró su primo de dos metros de alto y 150 kilos de peso cuando marchó con los Indignados por Madrid. Él, desde sus labios ocultos por una barba a lo Bin Laden, habló de su pueblo en Andalucía, donde tiene una huerta con tomates sabrosos, “no como los comprados”, aclaró. Comimos almendras y castañas de su cosecha. Mientras esperaba la lancha de vuelta vi una rata persiguiendo a un pájaro. No lo alcanzó. Pensé en cómo habrán hecho los milicos para encontrar la casa de Rodolfo Walsh en ese laberinto de aguas marrones, camalotes y sauces. Cuando volví a tierra, quise tomar el Tren de la Costa, pero nunca llegó. Un señor me dijo que no era culpa de los políticos, sino de todos nosotros. Me fui hasta el tren Mitre. Cuando arrancó, me cayó un chorro de agua fría en la cabeza. Una señora se río. Me cambié de lugar. Internamente me puse a cantar “Hoy todo el hielo en la ciudad” antes de saber que ya había muerto Spinetta. Cuando subí al 113 para volver a casa, escuché que en la radio pasaban “Cantata de Puentes Amarillos”. Si la radio pasa esta canción es porque murió El Flaco, pensé antes de corroborar la noticia.  

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