Ni “afuera llueve”, ni “de lejos se escuchaba un tren”, ni
“los zapatos de él asomaban bajo la cama”, ni “en el segundo cajón estaba el
revólver”. Las amenazas nunca son tan obvias. Las tragedias suelen ocurrir sin
aviso ni señal. Sino, puede preguntar usted por aquél pobre turista suizo en
Costa Rica, que se puso la zapatilla derecha y no le pasó nada, pero cuando se
colocó la izquierda no vio al alacrán alojado en la plantilla número 43 del
calzado moderno, con cámara de aire y todo, y andá a conseguir un antídoto en
menos de media hora en esas playas tan hermosas, pero que ni una salita de
primeros auxilios tienen.
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